jueves, 16 de febrero de 2012

Auge y Crisis de la Democracia Cristiana Chilena

Andrés Soto Sandoval

1998

Texto publicado en Revista Mensaje y revisado para la actualidad 2012


El resultado para la Democracia Cristiana en las últimas elecciones ha sido interpretado como un síntoma de una grave enfermedad. ¿No constituye más bien una oportunidad para enfrentar problemas de fondo no resueltos por años? ¿Está a tiempo el PDC para solucionar suficientemente sus conflictos y dificultades a fin de continuar teniendo vigencia en la sociedad chilena?. Son preguntas de muy difícil respuesta. De los problemas de la DC se ha hablado mucho, No queremos, por eso, volver ahora a la coyuntura política sino más bien tratar de situar dichas dificultades desde una perspectiva que valora el aporte cristiano en la política nacional.


“…Hijo, son la Patria, gracias a Dios.”


Algunos testigos aún siguen afirmando que ha sido la concentración más grande de la historia política de Chile. Ante una multitud que llenaba la elipse del entonces parque Cousiño en septiembre de 1964, Eduardo Frei Montalva compartía un sueño. Decía que la Patria Joven se había puesto en marcha. Finalizaba emocionado ante millares de adherentes: “soñé en una especie de insomnio que mi hijo me preguntaba: ¿Padre: quiénes vienen? …, ¿Pero hijo, que nos ves las banderas?.. son los mismos de 1810, los mismos de 1879…son la patria, son la patria gracias a Dios”.


La mística era tan impresionante que hasta los que eran niños en esa época aun conservan el recuerdo del acontecimiento. La Democracia Cristiana junto a su líder había logrado expresar los clamores, las esperanzas de miles de chilenos en un movimiento nuevo, nacional, progresista, popular y de inspiración cristiana. En un contexto mundial centrado en la guerra fría, en la Latinoamérica en gran parte admiradora de la revolución cubana, supieron convertir la Revolución en Libertad en una aspiración realista de cambio para construir un Chile nuevo. Un sueño colectivo parecía posible.


Todo había sido muy rápido. El Partido Demócrata Cristiano en muy poco tiempo se había transformado en un partido de masas de presencia indiscutible en el sistema político chileno. Su historia ya se confundía con la historia nacional contemporánea.


Los fundamentos.


Cuando la Cuestión Social va tomando fuerza y mayor urgencia en la conciencia de los cristianos de Chile, animados por figuras como el padre Vives y Fernández Pradel y después Alberto Hurtado y monseñor Manuel Larraín, inspirados en las Encíclicas sociales de la Iglesia y en el pensamiento de filósofos como Jacques Maritain y Emanuel Mounier, algunos jóvenes católicos chilenos querían pensar como tales a su país y actuar en la sociedad para cambiar las injusticias sociales. No compartían los postulados del capitalismo individualista que ahondaba las diferencias sociales postergando siempre a los más desposeídos. Tampoco compartían las soluciones del socialismo marxista al que calificaban de materialista, que agudizaba la lucha de clases e impedía en la práctica solucionar los problemas de la gente ahogando su libertad. Si bien defendían la libertad rechazaban el concepto que tenía el capitalismo de ella. Deseaban una libertad que liberara, como expresó más adelante Eduardo Frei en la campaña presidencial que lo llevó a la presidencia de la República.


Estos jóvenes católicos vieron en la actividad política un instrumento eficaz para construir un mundo nuevo inspirándose en el sermón del Monte, es decir en la noticia de la cercanía del Reinado de Dios anunciado por Jesucristo. El pensamiento cristiano era social y había que llevarlo a la práctica, sin afán de confesionalidad, con independencia, pero fiel al Evangelio.


El grupo de los inicios fue de esos grupos que le dan prestigio a cualquier sociedad e institución. Atraídos, como dijo después el Cardenal Raúl Silva Henríquez, por la urgencia de la lucha eterna entre el bien y el mal encarnada en estructuras sociales, se juntaron Eduardo Frei, Radomiro Tomic, Bernardo Leighton, Rafael Agustín Gumucio, Ignacio Palma, Manuel Garretón y otros. La tarea era enorme, no solo por el cambio radical que deseaban llevar a cabo en la sociedad, sino por las dificultades de conciliar dos elementos necesarios. Uno es la fidelidad al pensamiento social cristiano y la filosofía humanista cristiana que lo mediaba. El otro la necesaria limitación de la actividad política que urge la consideración de mediaciones es decir tratar de hacer todo lo posible en la sociedad a costa a veces de postergar lo imposible.


La Falange Nacional.


Todo había comenzado a partir de la indignación cristiana ante la llamada “Cuestión social”. La Rerum Novarum, encíclica de Leon XIII en 1891 y después Pio XI con su Quadragesimo anno, habían denunciado la situación de los más pobres de una manera dramática. Habían llamado también a los apóstoles cristianos a organizarse y luchar por un orden nuevo. Se postula para ello en 1931, como medio eficaz, la Acción Católica.


El Partido Conservador, considerado partido oficial de la Iglesia, va reconociendo que las condiciones sociales del país sólo podrían mejorar mediante el esfuerzo político mancomunado. Pretende revitalizarse y para ello se crea en 1935 el Movimiento Nacional de la Juventud Conservadora. Ésta se entendía como “cruzada de redención nacional”. Formado por personas con fuerte inquietud social, pronto se empezaron a sentir las diferencias con el mismo Partido al ver que este no impulsaba los cambios con la celeridad que, a juicios de estos jóvenes, la realidad pedía. La Falange Nacional, denominada así desde 1937 al interior del partido Conservador, rompe con esta estructura en 1938 cuando el partido apoya al partido liberal en las elecciones presidenciales. La Falange nacía como partido independiente y de vanguardia, fuertemente inspirada por el catolicismo social, la filosofía cristiana de Maritain y otros pensadores y la convicción de que la acción política era un medio privilegiado para producir los cambios hacia un nuevo orden social, una nueva cristiandad. Todo esto se entendía como una verdadera cruzada centrada en el hombre y como alternativa ante el marxismo y fascismo. La Falange va teniendo un auge lento, de poca fuerza electoral pero de gran prestigio por la calidad de sus dirigentes. Es en 1952 cuando, luego de la elección de Ibáñez, comienza su verdadero ascenso.


El nacimiento de la Democracia Cristiana.


La historia que continúa es bastante conocida. En 1957 surge el Partido de dos vertientes fundamentales: La Falange y el Partido Conservador social cristiano. Pretendían, como dice su declaración de principios “realizar una verdadera democracia en la que el hombre puede obtener su pleno desarrollo espiritual y material”. Destacaban la dignidad del ser humano, la importancia de los trabajadores, y criticaba el tipo de democracia que existía en Chile, especialmente por sus rasgos restrictivos y la mantención de las injusticias sociales. En 1958 Eduardo Frei Montalva pierde su candidatura presidencial, pero al mismo tiempo consolida, con un 20,7 por ciento de la votación, al PDC como la gran fuerza de la política chilena. Comenzaba su auge. ¿Comenzaba también su decadencia?. Ahora sus principios, ya de alguna manera transados con la fusión y conversión a PDC, debían pasar la prueba de fuego de las realizaciones. La moral de la convicción junto a la moral de la responsabilidad debían conjugarse en una nueva versión de compatibilidad. ¿Sería posible entrar de lleno en la cancha política y del poder sin afectar los principios que daban sentido a la actividad de los demócratacristianos? La actual realidad de la DC muestra esta dificultad.


Eduardo Frei Montalva sostenía, como más tarde lo expresó en su libro Un mundo nuevo, que “la acción política que no se funda en una concepción filosófica del hombre y la sociedad, en una doctrina universal que la alimente y en un conocimiento profundo de la realidad, carece de destino. El pragmatismo puro no es capaz de darle un sustento creador ni de generar los valores morales indispensables para llevarla adelante”. En un verdadero testamento político dejado a los jóvenes con motivo del plebiscito de 1980, les pedía que no se sintieran parte de un partido omnipotente sino que concibieran la política no para ser servidos sino para servir, especialmente a los más pobres. Y agregaba que la opción por los pobres de la Iglesia estaba en el corazón de la Democracia Cristiana. Casi con lágrimas miraba los rostros de la JDC y manifestaba su sana envidia pues la tarea que había por delante era apasionante. A su juicio el sueño de un mundo nuevo siempre era posible.


Importantes dirigentes del partido concebían a la DC, en su pleno auge durante la década de los sesenta, como un partido de vanguardia. El mismo Radomiro Tomic planteaba a los jóvenes democratacristianos del mundo la fuerza del mesianismo político y cristiano de la DC. Así como a Jesús los discípulos de Juan Bautista le preguntaban si era él quien tenía que venir o aún había que esperar a otro, el mundo, según Tomic, le preguntaba hoy a los democratacristianos si eran ellos los que tenía que venir a transformar las estructuras injustas desde la perspectiva cristiana, o aún los pobres, los marginados, los postergados de siempre, tenían que esperar a otros para realizar el cambio social. Sentía fuertemente la misión redentora del ya principal partido del país.


Pero la DC era ahora un partido de masas y con mucho poder. En las primeras elecciones parlamentarias luego de la aplastante victoria de Frei Montalva que lo llevó a La Moneda, la DC obtuvo la mayoría absoluta de los diputados. Ante este partido con poder, no pocos se agolpaban a él en busca de puestos de trabajo, de ayudas de todo tipo. Era fácil oír: “yo he dado tanto al partido, ahora necesito que el partido me dé a mí”. El clientelismo y otro tipo de fenómenos semejantes comenzaban a ser parte importante de la vida de este gran movimiento que había nacido para llevar a cabo la justicia social del Evangelio. El viejo dicho “otra cosa es con guitarra” se hacía ahora patente. La DC crecía en número de militantes. Como toda institución en auge numérico, van apareciendo con más fuerza dentro de ella las inevitables facciones que mirar la realidad desde ángulos diferentes. En 1969 una crisis importante hace surgir al MAPU. Luego, ya en pleno gobierno de la Unidad Popular otro grupo disidente forma la Izquierda Cristiana. No obstante el partido continuaba con fuerza, aunque con las inevitables dificultades de toda gran institución, especialmente formando a sus jóvenes no sólo en táctica y estrategia política sino principalmente en los fundamentos del pensamiento cristiano. De esta manera el humanismo cristiano era un factor integrador, al interior de un partido multiclasista con importantes diferencias en su seno.


Los elementos de la crisis.


¿Cuál sería hoy la pregunta que le haría el hijo a su padre en el sueño de Eduardo Frei Montalva? ¿Qué respondería? La crisis que atraviesa hoy la Democracia Cristiana de algún modo la vive todo partido político chileno. Esta realidad tiene que ver con un sistema político, establecido en la Constitución de 1980, que anula en gran parte las posibilidades de cambio político para lo cual los partidos son un instrumento privilegiado. Al mismo tiempo la DC participa como todos los partidos, de un momento político cultural chato y excesivamente pragmático, contradiciendo lo que el mismo Eduardo Frei Montalva postulaba acerca de la acción política.


Pero hay otros elementos que afectan más propiamente a la DC. Uno de ellos lo constituye la realidad del mundo que ha cambiado. La Democracia Cristiana al ser un partido de masas no dejó de mantener elementos importantes de vanguardia y un profundo sentido de cruzada. Por este motivo, siendo estructuralmente un partido de centro, ideológicamente no lo fue. Tenía un proyecto que alimentó la postura de camino propio, en un contexto donde las posibilidades de negociación y pactos eran difíciles. La época de las ideologías irreconciliables alimentó la estructura de los tres tercios. Internacionalmente esto estaba sustentado por un mundo bipolar. La DC siempre se concibió, y así se interpretaba su símbolo, como una flecha que iba más allá del marxismo y del capitalismo, que lo atravesaban con una propuesta distinta que significaba la vía para la liberación del hombre, para su desarrollo integral. Este mundo ha cambiado. Hoy la realidad internacional no es bipolar. El marxismo en su versión leninista y soviética no está vigente. El socialismo se ha renovado. Domina el neoconservadurismo con sus políticas neoliberales. Por otro lado, su postura más bien centrista también se ve agotada en una realidad política donde el centro político tiende a ser ocupado por muchos más movimientos y partidos. Por lo tanto parte de la oferta propia de la Democracia Cristiana Chilena también es ofrecida por otros actores, algunos con más juventud y dinamismo. Además el actual sistema político chileno tiende a favorecer la formación de coaliciones. Hasta ahora el PDC ha aceptado con facilidad ser parte de la Concertación de Partidos por la Democracia pero siempre con tentaciones de volver al camino propio.


El otro elemento tiene que ver con el mismo pensamiento social cristiano. En la crisis de la DC hay componentes de estrategia, que de alguna manera han sido enfrentados, con éxitos y fracasos. Sin embargo reducir el problema a una consideración estratégica es no enfrentar el fondo del problema. Lo fundamental está, sin negar los aspectos más propiamente políticos coyunturales de táctica y estrategia, en la identidad de un partido que se ha basado en la actualización de un pensamiento social para un mundo diferente al que vivimos hoy día. Urge, por lo tanto, volver a desarrollar la capacidad de pensar, reformular y formar para el cambio que la sociedad contemporánea y particularmente la chilena necesita hoy día.


Nos podemos preguntar quienes están pensando y reformulando sistemáticamente el pensamiento social de los cristianos de nuestro país. Hacen falta pensadores, como Maritain en su momento, que actualicen la Doctrina de la Iglesia para la acción política de los cristianos ante el siglo 21. La excesiva valoración de lo pragmático ha significado la subestimación del aporte ético específico de los hombres de fe en el actuar político, al interior de la vida demócratacristiana.


De lo anterior están conscientes no pocos demócratacristianos que incluso se han manifestado en acciones testimoniales de envergadura, como lo fue por ejemplo hace años, la acusación constitucional en contra de Augusto Pinochet. Ellos ven con urgencia la necesidad de recuperar la mística interna adormecida pues están convencidos de que la inspiración cristiana en lo político trae consigo el desarrollo de una dimensión profética que alimenta la lucha por la justicia. Un aspecto importante de esta lucha consiste en la fidelidad al esfuerzo de los fundadores por construir una Democracia verdaderamente representativa lo que significa modificar sustancialmente el sistema político chileno. El sentido del poder que de alguna manera continúa teniendo la DC, está justamente en la posibilidad de ponerlo al servicio de lo ciudadanos, especialmente de los más marginados. Este esfuerzo que se está haciendo permite sospechar que aún es tiempo para que este otrora gigante de la política nacional retome su causa fundamental.


Finalmente, hay dos ideas claves, presentes en este comentario, necesario de subrayar. La primera tiene que ver con la dificultad intrínseca que tiene todo movimiento o partido político de inspiración cristiana. Conciliar el discurso de la utopía de Jesús de Nazareth y la necesaria consecuencia personal y colectiva que exige, con la mediación y conflicto que trae la organización y acción política, significa aceptar una tensión permanente. En la medida en que el cuerpo político que quiere hacer el cambio desde la perspectiva cristiana, se aleje de sus fundamentos, más difícil podrá sostenerse en su identidad. En este caso el colapso es inevitable, salvo que se quiera vivir sin fundamento y convertirse en otro tipo de partido principalmente prágmáticoi¡. Al mismo tiempo, el purismo que lleva a no constituirse en un movimiento que se inserta en el conflicto político por el riesgo de contaminarse, lleva también a hacer infructuosa toda posibilidad de construir una sociedad nueva con el instrumento del poder. Eso sería como negar la misma encarnación. La gracia del desafío político de los cristianos consiste, en parte, en esta misma dificultad. Así lo entendieron los fundadores del PDC chileno quienes nacieron a la vida política impulsados fuertemente por convicciones religiosas y sociales. Quizá es hora de volver a beber agua de los manantiales que se bebieron hace más de cincuenta años.


La segunda idea clave se puede resumir en la siguiente pregunta: ¿Está vigente en Chile el pensamiento socio político cristiano? ¿Tiene algo que decir? Tengo la convicción, que más allá de las posibilidades de construir un gran o pequeño movimiento político, si la Democracia Cristiana chilena muere en el corto o mediano plazo, en Chile habría que fundar un nuevo partido de inspiración cristiana. Obviamente un movimiento de esta naturaleza no excluye la posibilidad de optar por otro tipo de alternativas políticas pues nadie tiene el monopolio de lo cristiano en política. Ahora bien, dicho movimiento o partido se encontrará con las mismas tensiones y requerirá estar permanentemente alimentando su identidad propia para colaborar políticamente en la construcción del mundo nuevo a que invita el Evangelio.