Mi Padre era un Arameo Errante. Lectura religiosa del fenómeno de la
Migración.
"Mi padre era un arameo errante que
bajó a Egipto y se refugió allí con unos pocos hombres, pero luego se convirtió
en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos
oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces pedimos auxilio al
Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz. Él vio nuestra
miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo salir de Egipto con
el poder de su mano y la fuerza de su brazo, en medio de un gran terror, de
signos y prodigios. Él nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra que mana
leche y miel" (Deuteronomio,
26,5-9).
Caminar hoy por
las calles de nuestras ciudades se ha trasformado en una experiencia diferente.
Transitan personas con rasgos diferentes a las que estábamos acostumbrados a
ver y escuchar. Rostros de hombres y mujeres de pieles más oscuras, hablando de manera distinta, que dicen carro en vez de
auto, que nos detienen para preguntar dónde está el Registro Civil, son
inmigrantes que han venido probablemente porque en sus tierras no estaban bien,
buscando nuevas oportunidades para desarrollarse como seres humanos.
Algunos elementos sobre el fenómeno de la Migración.
Peregrinar para establecerse en
otro lugar tiene variados motivos. “Miles de pobladores
chinos han emigrado a Malasia en años recientes para escapar de la persecución
de las fuerzas de seguridad de Myanmar, pero viven constantemente atemorizados
de ser detectados por grupos civiles paramilitares. Otro ejemplo son las más de
3.000 personas que se cree murieron ahogadas entre 1997 y 2005 en el Estrecho de
Gibraltar mientras intentaban ingresar ilegalmente a Europa en embarcaciones
precarias.
Estas experiencias contrastan con
aquellas de cientos de tonganos que ganaron el derecho a establecerse en Nueva
Zelandia en una lotería o la de cientos de miles de polacos que se trasladaron a
empleos mejor pagados en el Reino Unido en el marco del nuevo sistema de libre
movilidad instaurado en la Unión Europea en 2004” (PNUD,2009). Esta condición
humana de ser peregrino no siempre se ejerce voluntariamente y en condiciones
que garanticen los derechos de las personas tanto a la vida como a su
integridad física y psíquica. No todos los que migran quieren hacerlo ni los
que lo desean pueden lograrlo como ocurrió por ejemplo en la Alemania cercada
por el muro de Berlín en plena guerra fría.
El fenómeno de la migración no es
necesariamente un desplazamiento de un país a otro sino que la mayoría de los
que migran lo hacen dentro de una misma nación, como ocurre por ejemplo en
Colombia. “Si usamos una definición conservadora, calculamos que los migrantes
internos suman aproximadamente 740 millones de personas, es decir, casi cuatro
veces la cantidad de aquellos que se desplazaron a otro país. Y de estos
últimos, apenas algo más de una tercera parte se cambió de un país en
desarrollo a uno desarrollado, esto es, menos de 70 millones de personas. La
gran mayoría de los 200 millones de migrantes internacionales se trasladó de
una nación en desarrollo a otra o entre países desarrollados” (PNUD. 2009).
En Chile, la
migración no es una realidad nueva y nos acompañó en período de los siglos XIX
y XX con la llegada de árabes, judíos, italianos, españoles y alemanes, entre
otros (Dibam, 2013). No obstante se ha incrementado desde el retorno a la
democracia. Desde el año 2001, nuestro país aparece como uno de los principales
lugares de destino de ciudadanos latinoamericanos (Rojas y Silva, 2016).Al
parecer la rigidización de los espacios fronterizos después del atentado a las
Torres Gemelas en Nueva York limitó las posibilidades de migración a los países
desarrollados. Además, la crisis económica Argentina repercutió en un cambio
respecto al destino buscado por muchos sudamericanos. “Siguiendo la tendencia
internacional al alza de la migración sur-sur, la migración latinoamericana a
Chile se ha cuadriplicado en números absolutos desde el fin de la dictadura
cívico-militar hasta hoy (INE, 2015); pero desde el año 2001 se enfatizan
ciertas particularidades, como una fuerte presencia femenina, indígena y, más recientemente,
afrodescendiente” (Rojas y Silva, 2016). Todo esto con un marco legal que tiene
más de cuarenta años de existencia y que hoy no parece responder a las nuevas
realidades del fenómeno migratorio, por lo que se está discutiendo una
importante reforma en el Parlamento al respecto. Esta nueva realidad está
relacionada con el aumento del número de migrantes que se estimó para el año
2014 en 411.mil (un 2,2 por ciento de la población nacional, lo que es bajo en
relación a los países desarrollados (11,3,% en 2015) pero que igualmente
constituye un importante crecimiento en
las últimas décadas en Chile ( Rojas y Silva, 2016).
En nuestro país
nos encontramos entre otros, con dos problemas relevantes en relación al
migrante. Por un lado el hecho de que la pobreza multidimensional[1] sea mayor en los extranjeros
que residen en nuestro país superando en el año 2013 en 5 puntos porcentuales a
la de la población chilena, lo que da cuenta de privaciones agudas en los
migrantes residentes en Chile más allá de lo netamente monetario (Rojas y
Silva, 2016). El segundo elemento tiene que ver con las condiciones de
hospitalidad cultural existentes en Chile para integrar a los extranjeros. Da
la impresión, -y esto lo muestra el debate acerca de nuestra condición de
hospitalarios, especialmente con los inmigrantes latinoamericanos (lo que
podría indicar un rasgo racista entre nosotros)- que está arraigada en el
ambiente nacional la idea de que estos extranjeros traen delincuencia,
arrebatan el trabajo a los nacionales, son sucios, etc. Es decir, no son
recibidos gratamente sino más bien rechazados. Este punto, de ser verdadero,
puede traer importantes consecuencia a nivel de convivencia nacional. Hemos
visto últimamente, a través de los medios de comunicación, relatos dramáticos
de rechazo a los inmigrantes que, al mismo tiempo, viven episodios de
inhumanidad radicales. Esta actitud contrasta con el trato a los extranjeros
que vinieron de Europa, como si de ellos tuviéramos un concepto de ser
superiores y de los actuales otro de ser inferiores.
Desde la experiencia religiosa cristiana.
Errante es quien
se dirige desde una parte a otra sin tener asiento fijo. Cuando busca asentarse
en otra tierra, el errante se convierte en un Migrante que peregrina mostrando
algo de lo más propio del ser humano. Migrar constituye una nota característica
del pueblo de Israel desde Abraham, cuando recibe la invitación de salir de su
tierra hacia otra que el mismo Dios le mostraría (Gn. 12,1-4). Jesús también
migra cuando sus padres lo llevan a Egipto para protegerlo del rey Herodes que
buscaba matarlo (Mt. 2,13-14). El primero sale voluntariamente por invitación a
una nueva tierra. El segundo debe huir obligadamente víctima de una persecución
político-religiosa. La misma Iglesia es
concebida como un pueblo peregrino que busca, entre luces y sombras, la ciudad
futura (L.G. 8d; 9c; 49).
Migrar implica
llegar a un lugar y convertirse en extranjero con todo lo que conlleva comenzar
una vida nueva en medio de una cultura muchas veces desconocida. En el Antiguo testamento,
junto a la viuda y al huérfano, el extranjero tiene la predilección del mismo
Dios que pide al pueblo de Israel proteger a los más desvalidos (Dt.10,17-19). El
forastero requiere hospitalidad. Atentar contra ella provoca la ira de Dios
(Gn. 19, 4-9). Hoy, es un modo de reconocer un derecho humano consagrado
en la carta de las Naciones Unidas que en su artículo 13 proclama que “Toda
persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el
territorio de un Estado”. Y que “Toda persona tiene derecho a salir de
cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país”. De ahí que el
respeto al derecho a migrar constituya por sí mismo un indicador de desarrollo
humano. Por lo mismo, el horizonte del Desarrollo Integral que postula el
pensamiento social cristiano no puede alcanzarse si se vulneran los derechos
que le corresponden, como a todo ser humano, a las personas que han tenido que,
por legítimas razones, migrar a otros territorios (C.V.62).
La
centralidad de la persona humana.
“¿Qué
es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?” pregunta
el Salmista después de contemplar la grandeza de la creación: “al ver el cielo
obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado”. El mismo después
agrega: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo
coronaste de gloria y esplendor; le diste dominio sobre la obra de tus
manos, todo lo pusiste bajo sus pies: todos los rebaños y
ganados, y hasta los
animales salvajes; las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas” (Sal 8,4-9).
La
grandeza del hombre a partir de la grandeza de Dios es el fundamento principal
para reconocer la dignidad del ser humano. De ahí que el Pensamiento Social de
la Iglesia declare que una sociedad justa puede ser realizada solamente sobre la base del
respeto de la dignidad trascendente de la persona humana que representa el
fin último de la sociedad: « El orden social, pues, y su progresivo
desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el
orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario » (G.S.26; Cfr.
C.V. 25b)).
Esta afirmación,
que hunde sus raíces en la experiencia peregrina del Pueblo de Dios y es
vivenciada con radicalidad por el mismo Jesucristo al señalar que toda
institución, como lo era por ejemplo el shabat, tenía sentido si se ponía al
servicio de la persona humana (Mc.2,27). Por tanto todo hombre y mujer, por el
solo hecho de ser tal, es y debe ser el centro de toda actividad humana y
horizonte de los proyectos para que estos apunten al pleno desarrollo humano. Constituye
por tanto, un criterio de juicio de los proyectos y realizaciones del ser
humano en sociedad.
La
centralidad de la persona humana que busca su desarrollo integral constituye la
categoría fundamental para afirmar que quien migra a otra tierra, es y debe ser
considerado sujeto de derechos como ya indicaba Juan XXII: ”Ha de respetarse íntegramente también el
derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los
límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando
lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio.
El hecho de pertenecer como ciudadano a una determinada comunidad política no
impide en modo alguno ser miembro de la familia humana y ciudadano de la
sociedad y convivencia universal, común a todos los hombres” (P.T.25). El
Principio de Destino Universal de los Bienes ilumina este aspecto pues la
tierra es un bien que nos pertenece a todos y la organización internacional a
través de la constitución de Estados Nacionales que legítimamente norman la
llegada de ciudadanos de otros países, no puede subordinar el principio
fundamental a dicha necesidad (G.S. 12; 27; 69)[2].
No es fácil entender por qué se mira al
extranjero con desprecio. Asiste una especie de temor ante él, quizá
relacionado con un sentimiento de desestabilización. El inmigrante lleva
consigo modos diferentes de entender la vida que muchas veces cuestionan los
propios. En Chile estamos acostumbrados a los temblores y terremotos que nos “mueven
el piso”, pero no así a que el piso de nuestra cultura también derribe parte de
nuestros modos de vida permitiendo que la riqueza del otro permee la propia.
Consecuencia de ello es la falta de hospitalidad que nos impide ver en el
inmigrante a alguien que siente, piensa y sufre. Pablo VI nos recordaba el “deber de
solidaridad humana y de caridad cristiana— que incumbe tanto a las familias
como a las organizaciones culturales de los países que acogen a los
extranjeros. Es necesario multiplicar residencias y hogares que acojan, sobre
todo, a los jóvenes. Esto, ante todo, para protegerles contra la soledad, el
sentimiento de abandono, la angustia, que destruyen todo resorte moral. También
para defenderles contra la situación malsana en que se encuentran, forzados a
comparar la extrema pobreza de su patria con el lujo y el derroche que a menudo
les rodea. Y asimismo para ponerles al abrigo de doctrinas subversivas y de
tentaciones agresivas que les asaltan ante el recuerdo de tanta "miseria
inmerecida". Sobre todo, en fin, para ofrecerles, con el calor de una
acogida fraterna, el ejemplo de una vida sana, la estima de la caridad
cristiana auténtica y eficaz, el aprecio de los valores espirituales”(P.P. 67).
En esta perspectiva, la solidaridad se erige como un imperativo fundamental.
A modo de
conclusión:
La migración constituye hoy un fenómeno mundial de
envergadura, relacional y multicausal “que impresiona por sus
grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos,
culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea
a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional. Podemos decir que
estamos ante un fenómeno social que marca época, que requiere una fuerte y clarividente
política de cooperación internacional para afrontarlo debidamente (C.V.62).
En Chile nos encontramos con una realidad
creciente. Cada día llegan más extranjeros a nuestro país, especialmente de países
vecinos. Esta realidad culturalmente nos “mueve el piso”, cuestiona y muchas
veces provoca rechazo y conductas sociales que dificultan la convivencia.
El pensamiento social de la Iglesia nos
recuerda que la migración es una condición del ser humano que va y viene
siempre buscando un mayor bienestar. La tierra nos pertenece a todos. El pueblo
de Israel así como el mismo Jesús fueron migrantes. Y esta condición pertenece
al ser humano que por su dignidad merece el respecto a sus derechos fundamentales
quien a la vez es un predilecto de Dios. Desde la fe, ser hospitalario se
convierte en un imperativo fundamental para construir desarrollo integral. El
migrante necesita ser invitado a compartir la tierra y la cultura, y el
nacional a recibir la del extranjero como regalo que enriquece colectivamente
posibilitando avanzar hacia el Desarrollo Integral y Trascendente.
Bibliografía.
Concilio Vaticano Segundo (1965).
Constitución Pastoral Gaudium et Spes.
Juan XXIII (1963). Encíclica Pacem
in Terris.
Pablo VI (1967). Encíclica Populorum Progressio.
Benedicto XVI (2009). Encíclica Caritas in Veritati.
PNUD (2009). Informe de Desarrollo Humano. Superando Barreras. Movilidad y
desarrollos humanos.
Rojas Nicolás y Silva Dittborn (2016). La Migración en Chile: Breve Reporte y
caracterización. Informe BIMID.
Museo Histórico Nacional. Departamento
Educativo (2013). Breve Panorama de la
Migración en Chile.
[1] La Pobreza
Multidimensional se entiende más allá de la carencia de ingresos
para satisfacer las necesidades Se la entiende
como personas que sufren carencias en las dimensiones de educación, salud,
trabajo, seguridad social, vivienda y nivel de vida en general. Esto permite
tratar el problema de la pobreza desde las diferentes dimensiones que la componen El índice de Pobreza
Multidimensional da cuenta de un grupo de necesidades básicas no cubiertas en
un mismo hogar. Se estima que una persona es multidimensionalmente pobre cuando
su hogar tiene carencias en una tercera parte o más de los indicadores que se
ponderan en este análisis, y en pobreza multidimensionalmente “severa” si sufre
carencias en al menos la mitad de estos
indicadores.
[2]
“Creyentes
y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de
la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos
ellos”.(Gaudium et Spes, 12).