martes, 19 de diciembre de 2017

Mi Padre era un Arameo Errante. Lectura religiosa del fenómeno de la Migración.

Mi Padre era un Arameo Errante. Lectura religiosa del fenómeno de la Migración. 

"Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y se refugió allí con unos pocos hombres, pero luego se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces pedimos auxilio al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz. Él vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo salir de Egipto con el poder de su mano y la fuerza de su brazo, en medio de un gran terror, de signos y prodigios. Él nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra que mana leche y miel" (Deuteronomio, 26,5-9).

Caminar hoy por las calles de nuestras ciudades se ha trasformado en una experiencia diferente. Transitan personas con rasgos diferentes a las que estábamos acostumbrados a ver y escuchar. Rostros de hombres y mujeres de pieles más oscuras, hablando de  manera distinta, que dicen carro en vez de auto, que nos detienen para preguntar dónde está el Registro Civil, son inmigrantes que han venido probablemente porque en sus tierras no estaban bien, buscando nuevas oportunidades para desarrollarse como seres humanos.

Algunos elementos sobre el fenómeno de la Migración.
Peregrinar para establecerse en otro lugar tiene variados motivos. “Miles de pobladores chinos han emigrado a Malasia en años recientes para escapar de la persecución de las fuerzas de seguridad de Myanmar, pero viven constantemente atemorizados de ser detectados por grupos civiles paramilitares. Otro ejemplo son las más de 3.000 personas que se cree murieron ahogadas entre 1997 y 2005 en el Estrecho de Gibraltar mientras intentaban ingresar ilegalmente a Europa en embarcaciones precarias.
Estas experiencias contrastan con aquellas de cientos de tonganos que ganaron el derecho a establecerse en Nueva Zelandia en una lotería o la de cientos de miles de polacos que se trasladaron a empleos mejor pagados en el Reino Unido en el marco del nuevo sistema de libre movilidad instaurado en la Unión Europea en 2004” (PNUD,2009). Esta condición humana de ser peregrino no siempre se ejerce voluntariamente y en condiciones que garanticen los derechos de las personas tanto a la vida como a su integridad física y psíquica. No todos los que migran quieren hacerlo ni los que lo desean pueden lograrlo como ocurrió por ejemplo en la Alemania cercada por el muro de Berlín en plena guerra fría.
El fenómeno de la migración no es necesariamente un desplazamiento de un país a otro sino que la mayoría de los que migran lo hacen dentro de una misma nación, como ocurre por ejemplo en Colombia. “Si usamos una definición conservadora, calculamos que los migrantes internos suman aproximadamente 740 millones de personas, es decir, casi cuatro veces la cantidad de aquellos que se desplazaron a otro país. Y de estos últimos, apenas algo más de una tercera parte se cambió de un país en desarrollo a uno desarrollado, esto es, menos de 70 millones de personas. La gran mayoría de los 200 millones de migrantes internacionales se trasladó de una nación en desarrollo a otra o entre países desarrollados” (PNUD. 2009).
En Chile, la migración no es una realidad nueva y nos acompañó en período de los siglos XIX y XX con la llegada de árabes, judíos, italianos, españoles y alemanes, entre otros (Dibam, 2013). No obstante se ha incrementado desde el retorno a la democracia. Desde el año 2001, nuestro país aparece como uno de los principales lugares de destino de ciudadanos latinoamericanos (Rojas y Silva, 2016).Al parecer la rigidización de los espacios fronterizos después del atentado a las Torres Gemelas en Nueva York limitó las posibilidades de migración a los países desarrollados. Además, la crisis económica Argentina repercutió en un cambio respecto al destino buscado por muchos sudamericanos. “Siguiendo la tendencia internacional al alza de la migración sur-sur, la migración latinoamericana a Chile se ha cuadriplicado en números absolutos desde el fin de la dictadura cívico-militar hasta hoy (INE, 2015); pero desde el año 2001 se enfatizan ciertas particularidades, como una fuerte presencia femenina, indígena y, más recientemente, afrodescendiente” (Rojas y Silva, 2016). Todo esto con un marco legal que tiene más de cuarenta años de existencia y que hoy no parece responder a las nuevas realidades del fenómeno migratorio, por lo que se está discutiendo una importante reforma en el Parlamento al respecto. Esta nueva realidad está relacionada con el aumento del número de migrantes que se estimó para el año 2014 en 411.mil (un 2,2 por ciento de la población nacional, lo que es bajo en relación a los países desarrollados (11,3,% en 2015) pero que igualmente constituye un importante crecimiento en  las últimas décadas en Chile ( Rojas y Silva, 2016).
En nuestro país nos encontramos entre otros, con dos problemas relevantes en relación al migrante. Por un lado el hecho de que la pobreza multidimensional[1] sea mayor en los extranjeros que residen en nuestro país superando en el año 2013 en 5 puntos porcentuales a la de la población chilena, lo que da cuenta de privaciones agudas en los migrantes residentes en Chile más allá de lo netamente monetario (Rojas y Silva, 2016). El segundo elemento tiene que ver con las condiciones de hospitalidad cultural existentes en Chile para integrar a los extranjeros. Da la impresión, -y esto lo muestra el debate acerca de nuestra condición de hospitalarios, especialmente con los inmigrantes latinoamericanos (lo que podría indicar un rasgo racista entre nosotros)- que está arraigada en el ambiente nacional la idea de que estos extranjeros traen delincuencia, arrebatan el trabajo a los nacionales, son sucios, etc. Es decir, no son recibidos gratamente sino más bien rechazados. Este punto, de ser verdadero, puede traer importantes consecuencia a nivel de convivencia nacional. Hemos visto últimamente, a través de los medios de comunicación, relatos dramáticos de rechazo a los inmigrantes que, al mismo tiempo, viven episodios de inhumanidad radicales. Esta actitud contrasta con el trato a los extranjeros que vinieron de Europa, como si de ellos tuviéramos un concepto de ser superiores y de los actuales otro de ser inferiores.

Desde la experiencia religiosa cristiana.
Errante es quien se dirige desde una parte a otra sin tener asiento fijo. Cuando busca asentarse en otra tierra, el errante se convierte en un Migrante que peregrina mostrando algo de lo más propio del ser humano. Migrar constituye una nota característica del pueblo de Israel desde Abraham, cuando recibe la invitación de salir de su tierra hacia otra que el mismo Dios le mostraría (Gn. 12,1-4). Jesús también migra cuando sus padres lo llevan a Egipto para protegerlo del rey Herodes que buscaba matarlo (Mt. 2,13-14). El primero sale voluntariamente por invitación a una nueva tierra. El segundo debe huir obligadamente víctima de una persecución político-religiosa.  La misma Iglesia es concebida como un pueblo peregrino que busca, entre luces y sombras, la ciudad futura (L.G. 8d; 9c; 49).
Migrar implica llegar a un lugar y convertirse en extranjero con todo lo que conlleva comenzar una vida nueva en medio de una cultura muchas veces desconocida. En el Antiguo testamento, junto a la viuda y al huérfano, el extranjero tiene la predilección del mismo Dios que pide al pueblo de Israel proteger a los más desvalidos (Dt.10,17-19). El forastero requiere hospitalidad. Atentar contra ella provoca la  ira de Dios  (Gn. 19, 4-9). Hoy, es un modo de reconocer un derecho humano consagrado en la carta de las Naciones Unidas que en su artículo 13 proclama que “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”. Y que “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país”. De ahí que el respeto al derecho a migrar constituya por sí mismo un indicador de desarrollo humano. Por lo mismo, el horizonte del Desarrollo Integral que postula el pensamiento social cristiano no puede alcanzarse si se vulneran los derechos que le corresponden, como a todo ser humano, a las personas que han tenido que, por legítimas razones, migrar a otros territorios (C.V.62).

La centralidad de la persona humana.
“¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?” pregunta el Salmista después de contemplar la grandeza de la creación: “al ver el cielo obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado”. El mismo después agrega: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor; le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies: todos los rebaños y ganados,  y hasta los animales salvajes; las aves del cielo, los peces del mar  y cuanto surca los senderos de las aguas” (Sal 8,4-9).
La grandeza del hombre a partir de la grandeza de Dios es el fundamento principal para reconocer la dignidad del ser humano. De ahí que el Pensamiento Social de la Iglesia declare que una sociedad justa puede ser realizada solamente sobre la base del respeto de la dignidad trascendente de la persona humana que representa el fin último de la sociedad: « El orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario » (G.S.26; Cfr. C.V. 25b)).
Esta afirmación, que hunde sus raíces en la experiencia peregrina del Pueblo de Dios y es vivenciada con radicalidad por el mismo Jesucristo al señalar que toda institución, como lo era por ejemplo el shabat, tenía sentido si se ponía al servicio de la persona humana (Mc.2,27). Por tanto todo hombre y mujer, por el solo hecho de ser tal, es y debe ser el centro de toda actividad humana y horizonte de los proyectos para que estos apunten al pleno desarrollo humano. Constituye por tanto, un criterio de juicio de los proyectos y realizaciones del ser humano en sociedad.
La centralidad de la persona humana que busca su desarrollo integral constituye la categoría fundamental para afirmar que quien migra a otra tierra, es y debe ser considerado sujeto de derechos como ya indicaba Juan XXII:  ”Ha de respetarse íntegramente también el derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio. El hecho de pertenecer como ciudadano a una determinada comunidad política no impide en modo alguno ser miembro de la familia humana y ciudadano de la sociedad y convivencia universal, común a todos los hombres” (P.T.25). El Principio de Destino Universal de los Bienes ilumina este aspecto pues la tierra es un bien que nos pertenece a todos y la organización internacional a través de la constitución de Estados Nacionales que legítimamente norman la llegada de ciudadanos de otros países, no puede subordinar el principio fundamental a dicha necesidad (G.S. 12; 27; 69)[2].
No es fácil entender por qué se mira al extranjero con desprecio. Asiste una especie de temor ante él, quizá relacionado con un sentimiento de desestabilización. El inmigrante lleva consigo modos diferentes de entender la vida que muchas veces cuestionan los propios. En Chile estamos acostumbrados a los temblores y terremotos que nos “mueven el piso”, pero no así a que el piso de nuestra cultura también derribe parte de nuestros modos de vida permitiendo que la riqueza del otro permee la propia. Consecuencia de ello es la falta de hospitalidad que nos impide ver en el inmigrante a alguien que siente, piensa y sufre. Pablo VI nos recordaba el “deber de solidaridad humana y de caridad cristiana— que incumbe tanto a las familias como a las organizaciones culturales de los países que acogen a los extranjeros. Es necesario multiplicar residencias y hogares que acojan, sobre todo, a los jóvenes. Esto, ante todo, para protegerles contra la soledad, el sentimiento de abandono, la angustia, que destruyen todo resorte moral. También para defenderles contra la situación malsana en que se encuentran, forzados a comparar la extrema pobreza de su patria con el lujo y el derroche que a menudo les rodea. Y asimismo para ponerles al abrigo de doctrinas subversivas y de tentaciones agresivas que les asaltan ante el recuerdo de tanta "miseria inmerecida". Sobre todo, en fin, para ofrecerles, con el calor de una acogida fraterna, el ejemplo de una vida sana, la estima de la caridad cristiana auténtica y eficaz, el aprecio de los valores espirituales”(P.P. 67). En esta perspectiva, la solidaridad se erige como un imperativo fundamental.



A modo de conclusión:
La migración constituye hoy un fenómeno mundial de envergadura, relacional y multicausal “que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional. Podemos decir que estamos ante un fenómeno social que marca época, que requiere una fuerte y clarividente política de cooperación internacional para afrontarlo debidamente (C.V.62).
En Chile nos encontramos con una realidad creciente. Cada día llegan más extranjeros a nuestro país, especialmente de países vecinos. Esta realidad culturalmente nos “mueve el piso”, cuestiona y muchas veces provoca rechazo y conductas sociales que dificultan la convivencia.
El pensamiento social de la Iglesia nos recuerda que la migración es una condición del ser humano que va y viene siempre buscando un mayor bienestar. La tierra nos pertenece a todos. El pueblo de Israel así como el mismo Jesús fueron migrantes. Y esta condición pertenece al ser humano que por su dignidad merece el respecto a sus derechos fundamentales quien a la vez es un predilecto de Dios. Desde la fe, ser hospitalario se convierte en un imperativo fundamental para construir desarrollo integral. El migrante necesita ser invitado a compartir la tierra y la cultura, y el nacional a recibir la del extranjero como regalo que enriquece colectivamente posibilitando avanzar hacia el Desarrollo Integral y Trascendente.


Bibliografía.

Concilio Vaticano Segundo (1965). Constitución Pastoral Gaudium et Spes.
Juan XXIII (1963). Encíclica Pacem in Terris.
Pablo VI (1967). Encíclica Populorum Progressio.
Benedicto XVI (2009). Encíclica Caritas in Veritati.
PNUD (2009). Informe de Desarrollo Humano. Superando Barreras. Movilidad y desarrollos humanos.
Rojas Nicolás y Silva Dittborn (2016). La Migración en Chile: Breve Reporte y caracterización. Informe BIMID.
Museo Histórico Nacional. Departamento Educativo (2013). Breve Panorama de la Migración en Chile.




[1] La Pobreza Multidimensional se entiende   más allá de la carencia de ingresos para  satisfacer las necesidades Se la entiende como personas que sufren carencias en las dimensiones de educación, salud, trabajo, seguridad social, vivienda y nivel de vida en general. Esto permite tratar el problema de la pobreza desde las diferentes dimensiones que la  componen El índice de Pobreza Multidimensional da cuenta de un grupo de necesidades básicas no cubiertas en un mismo hogar. Se estima que una persona es multidimensionalmente pobre cuando su hogar tiene carencias en una tercera parte o más de los indicadores que se ponderan en este análisis, y en pobreza multidimensionalmente “severa” si sufre carencias en al menos la mitad  de estos indicadores.

[2]  “Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos”.(Gaudium et Spes, 12).

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