martes, 27 de marzo de 2007

9. Aspectos éticos de un discurso presidencial.

La presidenta Bachelet pronunció un mensaje al país casi inmediatamente después de anunciado el cambio de gabinete por parte del Ministro Secretario de Gobierno Ricardo Lagos Weber. En este discurso lleno de emotividad, subyace una mirada ética política que merece un análisis y comentario.

El discurso, dirigido a los “chilenos y chilenas todos”, parte reconociendo que, refiriéndose al proyecto del transantiago, “las cosas no se han hecho bien”. La presidenta reitera lo dicho en otras oportunidades: que gobernará diciendo la verdad, sin ocultar cuando las cosas están bien o cuando están mal. Es el fundamento de la autocrítica que motiva el discurso. No parece concebir la posibilidad de dirigir un país escondiendo la verdad de las cosas. La verdad aparece como un valor fundamental que debe respetarse en todo momento.

La gobernante plantea que se hace “cargo de la responsabilidad gubernamental en las deficiencias en la puesta en marcha del Transantiago, como de los problemas relacionados con su propio diseño.”¿Cuál es el fundamento que la lleva a postular que el proyecto del transantiago no se ha hecho bien, tanto desde su diseño como su implantación? El fundamento está presente en las consecuencias del mismo. Aquí aparece otro valor fundamental comprometido en su gestión: el hecho de que un proyecto de tal envergadura esté afectando especialmente a la gente más necesitada, a los más pobres de la ciudad. “Siempre he dicho que soy Presidenta de todos los chilenos, pero permítanme decirles que en primer lugar me siento cercana y conmovida por los que sufren, por los que tienen más necesidades. Por eso me ha dolido profundamente lo que ha pasado en estos días y que ha golpeado con más fuerza a los más pobres de nuestro país y de Santiago. Porque nadie se merece estas penurias.”

Como gobernante asume la responsabilidad de lo ocurrido. Para hacerlo busca el conocimiento de la realidad, se da cuenta de los errores y decide tomar medidas para corregir el rumbo de un proyecto que tiene descontenta a la gente porque le ha significado no un cambio cultural como se había pedido, sino más bien someterse a un esquema ineficiente que empobrece la calidad de vida de las grandes mayorías. Esta situación contradice su propia evaluación de la labor fundamental de los gobiernos de la Concertación que siempre han planteado servir especialmente a los más necesitados.

En el discurso aparecen integrados dos dimensiones éticas: por un lado una ética de la convicción que la gobernante asume comprometiéndose con el valor de la dignidad de las personas especialmente de los más pobres. Por otro lado una ética de la responsabilidad, que significa exigir que las consecuencias de las medidas de un gobierno impidan un daño institucional que podría provocar situaciones violentas de rebelión contra lo que se ha implementado. Es un caso que no requiere de opción entre la consecuencia con los principios y la prevención de consecuencias negativas para la estabilidad institucional. El concepto de bien común que aparece en el discurso parece integrar ambas dimensiones.

Para lograr lo anterior recurre a medidas extremas. Un cambio de gabinete que toca lo medular del mismo al modificar los nombres en carteras claves como son, no solo transportes sino también ministerios políticos por esencia, constituye un verdadero terremoto político que cualquier gobernante trata de evitar y enfrenta solamente en situaciones graves con altos costos políticos. En este caso, la gobernante, si bien pudo haber dudado mucho antes de asumir dichos costos, decide en definitiva asumirlos, enfrentarlos.

Otro aspecto ético, quizá el más discutible del discurso, tiene que ver con su percepción de la conducta de la gente ante la crisis del sistema de transportes público. La afirmación de la gobernante es la siguiente:

“Los habitantes de Santiago, y los más pobres en particular, se merecen una disculpa de todos nosotros. Los ciudadanos han tenido un comportamiento extraordinario. Han tenido mucha paciencia. Han puesto de su parte cuanto han podido. Y si un cambio siempre cuesta asumirlo, hay que reconocer que han debido soportar más dificultades de las tolerables en este caso.”

No es discutible el hecho de que la presidenta pida disculpas. Lo discutible es la calificación de comportamiento extraordinario - léase “ejemplar”- a la paciencia, que podría tener el sentido de pasividad, tolerancia ante la ineficiencia, sumisión ante un tratamiento degradante del sistema. Al leer esta parte del discurso, de repente da la impresión de que un comportamiento rebelde ante lo ocurrido habría sido mal valorado y no considerado como ejemplar. En realidad habría que afinar más esta valoración de la conducta de los santiaguinos, porque justamente el mismo discurso de la presidenta es posible porque gente de todas las tendencias políticas y el pueblo en general, han reclamado, no han sido tolerantes y han perdido finalmente la paciencia. En situaciones como las que actualmente vive Santiago con su nuevo sistema de transporte público, son más bien la falta de paciencia, el reclamo, la falta de tolerancia, las que se transforman en un valor ético fundamental pues llevan justamente a precipitar la toma de decisiones para cambiar el actual estado de cosas. Precisamente una de las principales críticas al diseño del Transantiago apunta a no haber considerado la opinión de la gente, principales afectados del sistema.

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