La importancia de ser protagonistas.
"He descubierto que soy persona, que tengo dignidad..." afirmaba
un adulto-joven, hace algunos años luego de haber vivido todo un proceso de
formación y capacitación. Era un hombre del mundo popular, hasta el momento
marginado del sistema donde no todos pueden acceder a los bienes y servicios que
a la vista se ofrecen al conjunto de la sociedad. Al pedirle que siguiera
narrando su experiencia, manifestó que su descubrimiento apuntaba a sentirse
más dueño de su vida, con más autonomía y capacidad para ejercerla; en
definitiva, se sentía más persona.
Hace algún tiempo, un grupo de jóvenes creó, bajo la orientación de INFOCAP,
Instituto de formación y Capacitación Laboral en la ciudad de Santiago de Chile,
una iniciativa que hoy recibe el nombre de “Un techo para Chile”. Estos jóvenes
miraron su entorno social y captaron una consecuencia del drama de la pobreza.
Muchas familias no tenían un lugar mínimamente digno para vivir. De ahí que
decidieran capacitarse para ayudar a construir pequeñas casitas que
posibilitaran a muchos pobladores una vida de mayor calidad. La experiencia de
estos jóvenes les significó vivir el protagonismo y de esa manera la actuación
de su identidad más profunda de ser hombres y mujeres; la autonomía en su
expresión más rica, el ejercicio de su dignidad en definitiva.
Lo anterior parece indicar que las personas y el colectivo se descubren en
lo más propio de su humanidad cuando ejercen el protagonismo, cuando realizan
activamente su existencia y no solamente padecen lo construido por otros,
cuando se sitúan activamente como primeros (protos)
en medio de la lucha entre la vida y la muerte (agonos).
Un caso de deshumanización.
En su impactante obra La Metamorfosis,
Franz Kafka (1915)[1]
muestra el trágico despertar de un hombre que se deshumanizó radicalmente
convirtiéndose en un insecto monstruoso. “Cuando Gregorio Samsa se despertó
una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama
convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en
forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado,
parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia
apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus
muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño,
le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó”
En efecto, una mañana Gregorio Samsa se despierta en su cuarto convertido
en una extraña criatura insectoide. Su primera preocupación, a pesar de la
horrible situación en la que se encuentra, es llegar tarde al trabajo y perder
el tren que lo trasladaba diariamente. Tal inquietud pronto aparece en el resto
de su familia cuando se dan cuenta de que Gregorio aún no ha salido a trabajar
y continúa encerrado en su habitación. En su situación, incapaz de controlar su
nuevo cuerpo y de hablar normalmente, la apertura de la puerta se convierte en
una odisea que se agrava con la llegada del principal enviado por el jefe de
Gregorio. Cuando, por fin todos descubren el nuevo estado de este hombre
deshumanizado, la familia pasa del horror inicial a tratarlo con abnegación,
como una carga o un molesto deber. Sin embargo, sus padres no vuelven a entrar
en su cuarto, donde Gregorio queda confinado. Es su hermana Grete, la que se
dedica a intentar cubrir sus necesidades básicas como mejor puede, a pesar de
que le causaba repugnancia su aspecto.
Aunque Gregorio conserva en todo momento sus facultades mentales, su
incapacidad para hablar hace pensar a la familia que ahora no es más que un animal
que no puede comprenderlos y que ha perdido su sentido racional. Grete pronto
vacía la habitación de casi todo el mobiliario para dejarle una mayor libertad
de movimiento que Gregorio no tarda en aprovechar y disfrutar, al descubrir que
se halla más cómodo trepando por las paredes y el techo que en el suelo. Sin
embargo, no deja de sentirse avergonzado y siempre se oculta detrás de un sofá
antes de la llegada diaria de su hermana que le lleva comida y limpia el
cuarto.
En una ocasión, motivado por el hecho de que su madre parece no acabar de
aceptar lo que es ahora su hijo, Gregorio abandona su habitación, su padre lo
persigue con intenciones agresivas y dado el frágil estado de su hijo, casi lo
mata.
En otra ocasión, tras largos días de soledad y deterioro físico tras el
percance con su padre, la música del violín tocado por su hermana en honor de
unos arrogantes inquilinos, con cuya renta la familia puede seguir viviendo
tras la pérdida del sueldo de Gregorio, lo hace salir de su habitación en una
especie de trance (con intenciones de cariño hacia su hermana). Esto crea
nuevos problemas que ponen en peligro los ingresos de los que vive la familia.
Entonces, Grete expresa su más total repulsa hacia su hermano y opina que deben
librarse de él porque ya han hecho con él todo lo humanamente posible pues la
criatura no es ya Gregorio. Entonces este vuelve a su habitación y muere de
inanición, abandono y una infección causada por el ataque de su padre. Al
descubrir su cadáver, la familia siente que se les ha quitado un enorme peso de
encima y comienzan a planificar el futuro, salen en un viaje y cierran rápida y
definitivamente esa etapa de sus vidas con las esperanzas puestas en su hija.
La familia parece vivir un nuevo renacer, tomando conciencia de aspectos
que no había captado últimamente y tienen que ver con la belleza de su Grete.
De esta manera termina el relato de Kafka expresando que “mientras hablaban
así, al señor y a la señora Samsa se les ocurrió casi al mismo tiempo, al ver a
su hija cada vez más animada, que en los últimos tiempos, a pesar de las
calamidades que habían hecho palidecer sus mejillas, se había convertido en una
joven lozana y hermosa. Tornándose cada vez más silenciosos y entendiéndose
casi inconscientemente con las miradas, pensaban que ya llegaba el momento de
buscarle un buen marido, y para ellos fue como una confirmación de sus nuevos
sueños y buenas intenciones cuando, al final de su viaje, fue la hija quien se
levantó primero y estiró su cuerpo joven”.
La pregunta de Samsa y el Protagonismo.
La pregunta inicial que se formula Gregorio Samsa dista mucho de la
experiencia de protagonismo, incipiente pero creciente, del trabajador que
descubría la posibilidad de asumir la vida con sus propias manos. Samsa no se
pregunta por lo que él ha realizado, sino por algo que escapa totalmente a sus
posibilidades de control y determina, no solo condiciona, toda su vida de ahora
en adelante. “¿Qué me ha ocurrido?” es la pregunta del paciente, no del
agente, del pasivo, no del protagonista. Al vivenciarse y experimentarse
deshumanizado, va sintiendo vergüenza. Quienes lo ven, sienten asco, desprecio,
vergüenza ajena.
Su deshumanización también deshumaniza a los demás quienes viven la
imposibilidad del cambio por sí mismos, la imposición radical de algo que no
desean. Dicho proceso empequeñece más al mismo Gregorio terminando con su
propia existencia, dejado totalmente de lado, sin afecto, sin alimento, sin
siquiera lo fundamental que requiere todo ser vivo.
Lo dicho anteriormente parece confirmar el dato de la experiencia expresada
con el ejemplo dado al comienzo y puede ayudarnos a plantear un tema más de
fondo: la formulación del discurso moral en una sociedad pluralista, la teorización
de la práctica del protagonismo en un tipo de sociedad que lo permita y
posibilite5. Esta idea puede ser clave a la hora de intentar relacionar la ética con
el fenómeno social en general y con la teoría y práctica política en
particular. Apuntamos, al menos al iniciar nuestra reflexión, a buscar una
respuesta para dicha relación. Ésta parece estar insinuada en la experiencia
narrada anteriormente: la ética y la política constituyen prácticas y
disciplinas que toman sentido cuando están al servicio de la creciente realización
plena del ser humano en una historia que construyen ellos mismos como
protagonistas.
Un protagonismo organizado.
Cuando se preguntaba qué es el Estado, normalmente la respuesta apuntaba a
la noción clásica de este instrumento que para muchos define a la misma
política. El Estado, se dice muchas veces, es la nación jurídicamente
organizada. La nota que dice relación con la organización de la sociedad es
clave en esta definición aunque aparece con un nivel de ambigüedad importante.
El concepto nación nos hace pensar en la idea de comunidad, es decir, de
personas unidas culturalmente, con identificaciones colectivas que le entregan
identidad propia. Si hablamos de comunidad podemos hablar de sociedad. Al
hacerlo nos acercamos a algo fundamental del ser humano, tanto que lo define a
sí mismo. En este sentido ayuda rescatar la idea griega que definía al hombre
como social en el sentido más profundo del concepto donde lo político estaba
integrado al mismo y no se concebían como dimensiones separadas como hoy día
podemos hacerlo.
En efecto, como recuerda Sartori (1987)[2], cuando Aristóteles
definía al ser humano como zoom politikón estaba definiendo al hombre no
a la política. El hombre vive en la polis porque en ella se realiza
totalmente como tal. Ser político es ser social. El griego no hace diferencia
entre lo político y lo social. Este concepto tiene una tremenda riqueza pues
nos sitúa en un núcleo de identidad del ser humano pues nos permite hablar de
una ética donde el protagonismo se vive comunitaria y/o colectivamente, es
decir, en relación a otros y con los otros. “El animal político, el polítes,
no se distinguía en modo alguno de un animal social, de ese ser que nosotros
llamaríamos societario o sociable. El vivir ‘político’ _en y para la polis_
era al mismo tiempo el vivir colectivo, el vivir asociado, y más intensamente,
el vivir en koinonía, en comunión y ‘comunidad’.(Sartori,1987) Ya
volveremos sobre este aspecto central del concepto de ser humano.
De la marginación a la integración social.
No obstante la identidad social del ser humano, a diario se vive una
experiencia que pareciera desmentir este dato. La paradoja de vivir en una
sociedad que no integra a una cantidad enorme de sus miembros condenándolos a
vivir a la “orilla del camino”, sin suficientes oportunidades para caminar o
subirse al carro del progreso, es una realidad que vemos permanentemente. En
Chile, esta experiencia la hemos visto institucionalizada. El sistema político ha
dado cuenta de ello y no son pocas las voces que han trabajado para cambiar dicha
situación. Es lo que ocurrió por ejemplo con el sistema binominal que dejaba
fuera de la representación parlamentaria a un porcentaje importante de la
sociedad comúnmente conocida como izquierda extraparlamentaria, o la
imposibilidad que había de ejercer el derecho a votar a los chilenos que están
radicados en el extranjero. Hoy quizá puede afirmarse lo mismo respecto al
sistema previsional y tantas otras situaciones ligadas al acceso a la salud,
educación, entre otras.
Para conocer las razones de la institucionalización de cuotas no
despreciables de marginación y sacar sus conclusiones, no es suficiente la
visión directa de las cosas. Se requiere de instrumentos o mediaciones que
ayuden a conocer y entender el fenómeno y también la lucidez y visión para
encontrar posibles soluciones a los problemas, sobre todo cuando la marginación
se da en una sociedad compleja como es hoy día la realidad chilena.
La superación de esta paradoja y la confirmación del dato de la vocación
social del ser humano nos lleva a plantear que la alternativa propiamente tal
para salir de la marginación está ligada a la organización. No es de modo
individual como propiamente se ejerce el protagonismo sino que juntos a otros y
de manera organizada. La importancia de esta afirmación puede iluminarse con la
siguiente situación.
Cercano a la calle Los Morros, actual avenida padre Hurtado, una de las
arterias del Área Metropolitana que más miseria reúne a su alrededor, se
ubicaba el Campamento San Joaquín. Ahí, los vecinos se habían organizado para
sacar adelante un proyecto vital: lograr una vivienda digna y propia. Durante
años ahorraron, con dificultad, el escaso dinero que habían podido conseguir a
través de actividades, trabajos esporádicos y otras ayudas recibidas. ¿Qué fue
lo que permitió que los habitantes de este campamento lograran los frutos de
una vivienda digna y propia? Se pueden destacar varios elementos. Uno es la
calidad de las relaciones humanas entre los miembros de este campamento. Se
trataba de personas que fundamentalmente confiaron en los demás, viviendo una
relación suficientemente armónica, obviamente no exenta de conflictos. Cuando
hubo conflictos se supo ponerles remedio, conversando, apoyándose y buscando
asesorías externas. Estas relaciones permitieron el ejercicio interno de la
solidaridad. Todo lo que llegaba al campamento se repartía de acuerdo a
criterios de equidad por todos conocidos y preestablecidos.
Otro elemento fue la conciencia colectiva de un proyecto común que los
aglutinaba y les daba sentido para trabajar y realizar las tareas en pro de sus
logros. Su proyecto apuntaba principalmente a conseguir la vivienda esperada. A
partir de eso surgieron pequeños proyectos relacionados con la finalidad de
lograr el objetivo fundamental propuesto. La existencia de sentido en las actividades
ayudaba a que el ánimo de los pobladores no decayera en los tiempos más
difíciles, como por ejemplo en el invierno o las veces que alguna catástrofe
dejaron a algunos de ellos sin siquiera lo mínimo para subsistir. En todo esto
el papel del dirigente no tenía una importancia secundaria. El campamento se ha
organizado, elegido representantes y estos han cumplido su rol con creatividad
gozando de una alta legitimidad en su organización.
Esta realidad permitió que no pocas instituciones se hayan acercado a
colaborar en su proyecto. Algunas ayudándoles a organizarse y enfrentar los
problemas interpersonales. Otras facilitándoles la capacitación laboral. Otras,
cooperando con alimentos, vestuario y materiales para sus viviendas. Por
último, no fue tan difícil, como podrían haberse imaginado, el aporte del
sector público para lograr el subsidio y la construcción de sus viviendas
definitivas.
Este ejemplo puede ilustrarnos un tema muy ligado al fenómeno de la
exclusión que mina las posibilidades de ejercer el protagonismo: el paso de la
marginación a la inclusión social. Se trata de un tema ético pues, como ya se
ha dicho, a través de la búsqueda del protagonismo, el hombre y la mujer pueden
ejercer justamente su condición moral. Sin duda una experiencia diferente a la
del personaje de Kafka. Aquí nadie se despertó preguntándose qué me ha ocurrido
sino al revés, planteándose lo que hay que hacer para desprenderse de la
condición de marginados excesivamente dependientes de los demás.
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